Para mí las fotografías, además de ser imágenes de momentos capturados para convertirse en permanentes, son reflejos de luz que lo que eternizan es la esencia viva y trascendente de quien permitió esa conexión para adentrarse y dejar ver esa luz, su propia luz, eso es lo permanente.
Fotografiar es un diálogo en triple dirección: detrás de cámara, mis ojos como ventana hacia mi percepción interna, de quien está frente a ella abriendo una puerta a su interior, y el espacio en el medio entre las dos partes, formando un templo de intercambio de oratoria.
Tantas historias que contar que van más allá de lo visual.
Cuando se toma una fotografía, se le dice al prójimo, al paisaje, al objeto: “Tú no debes morir”, como escribió Gabriel Marcel sobre el amor. Porque fotografiar a un ser vivo, un vestigio, un hallazgo, un rincón del mundo es una expresión de nuestra vocación para amar.